para dos saxofones (2021)
El color del sonido es uno de los puntos focales de la experiencia de todo músico. Cada sonido tiene potencialmente un color “ideal”, y la búsqueda de dicho ideal puede conllevar el trabajo de toda una vida. A medida que va avanzando en tal búsqueda, el intérprete se adentra en un camino que lo distingue de los demás intérpretes; tal es así que la interpretación puede llegar a convertirse – en primera instancia – en el arduo proceso de selección y refinamiento del color deseado para cada una de las notas de una partitura.
En JÝI (“arcoíris” en el idioma guaraní) busco ahondar en dicho fenómeno, eligiendo para ello el saxofón a raíz de su potencia espectral (la riqueza de armónicos determinada por su forma cónica) y de la gran variedad de digitaciones que permite su compleja mecánica.
Cada digitación “alternativa” produce una misma nota con un “color” diferente, pero un estudio superficial de las características sonoras de cada digitación hace posible solamente un uso azaroso y banal. Sin embargo, al profundizar radicalmente el estudio de las digitaciones alternativas (analizándolas y clasificándolas con atención), se despliega todo un mundo de posibilidades musicales. Se utilizan colores en la partitura para representar gráficamente el contenido espectral de cada digitación, y de tal forma se vuelve posible estructurar una dimensión sonora en la que cada timbre tiene una función específica.
Si componer no es solamente “juntar cosas” sino que, antes que nada, “ponerlas en relación entre sí” (v. Lachenmann), entonces ocuparse estrictamente del color de los sonidos es un camino posible para la composición.
Oscilando entre distintos equilibrios de contraste y mímesis, los dos saxofones nos envuelven en sus áuras, recordándonos de la naturaleza inefable del color: una red cuyos hilos indefinibles no capturan definiciones, sino solamente relaciones.